martes, 15 de julio de 2014

Hay días en los que me la paso en silencio. Algunos fines de semana, por ejemplo. Este fin de semana largo no hice nada, tampoco hablé. No tuve contacto con ningún ser humano. Fui al super, pagué sin pronunciar una palabra a la cajera, única persona que tuve enfrente.
Cuatro días de mutismo.
Mientras duró el silencio, planté flores, tuve frío, esperé.
Alguien podría pensar que fueron años, o que apenas fueron horas.
El silencio no se mide en tiempo sino en lo que se lleva y lo que deja.
Hay silencios propios y hay ajenos. No sé cuál pesa más. Aunque uno pretenda llenar el silencio del otro con las propias palabras, con las palabras que le diría a aquel que calla, aunque pretenda llenarlo, no puede.
No hablé pero estoy escribiéndolo ahora, acá. El silencio propio nunca es mudo del todo, está lleno de lo que callamos y siempre es palabra.
En el silencio del otro no caben nuestras palabras. Ese silencio no puede llenarse con nada; el otro se lleva sus palabras, que nunca son las nuestras. Son otras y no podemos predecirlas ni decirlas.
Nuestro silencio es imposible. El silencio del otro es inexorable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario